OLIMPIA BORDES
OCASO
Le crecen alas a mi noche
y devoro distancias ignoradas
mientras la luna se esconde entre las nubes
por hechizadas sendas siderales.
Invento estrellas que me alumbren,
estrellas mudas, rutilantes.
Añoro aquel silencio que hablaba en nuestros ojos
sin fútiles palabras.
Lánguidos fantasmas me sonríen
desde el vértigo de imágenes soñadas.
Me aloja una colmena de miedos desgarrantes,
de senderos inciertos.
En un vagar de gris incertidumbre
me sorprende la aurora
Ha llegado la luz como un orgasmo
de estridencia y locura.
Un veloz trazo de pájaros insólitos
estremece mi asombro,
ya no hay lentos relojes que me atrapen
en su pulso de hielo.
Te descubro en el piar de los gorriones
y tu nombre se alarga en la mañana,
te pronuncia mi voz en el recuerdo
de un tiempo que ha pasado.
Soy un puente tendido entre el adios
y esta ardua soledad que me acompaña,
soy el grito del viento que se ensancha
en ecos descendentes.
Me sorprende en la piel un leve roce,
un aroma de flores que no veo,
un fugitivo beso que en la brisa
me acaricia los labios y se aleja.
Yo que fui abrazo y vuelo y melodía,
me marchito en las rosas del ocaso,
deshojando mis días sin tu tibieza,
latiendo en la nostalgia.
Transcurro agobiada en el intento
de encontrarme en alquimias cotidianas,
voy ostentando antiguas cicatrices
en el quehacer de horas resignadas.
Carezco de un presente venturoso,
me tiendo en el umbral de la impotencia,
porque he muerto contigo en el abismo
de un malogrado amor… que ya se ha ido.