Camino y atravieso espejos
sin notar las heridas que desgarran mi cuerpo.
Vuelvo la mirada,
y un surco de esquirlas y piel astillada
deja su marca de sangre detrás de mi sombra.
Me abrigo con los últimos jirones desgarrados
de mi alma, y me invento un sendero.
Ya no puedo pisar ese suelo
donde han quedado mis huellas marcadas.
Me humilla el silencio
donde antes hubo palabras.
Desfallezco con una sobredosis de dolor
que i ntoxica mis venas.
Me duele el rostro de tanto fingir sonrisas
para luego colgar mi tristeza
en el penúltimo perfil del atardecer.
Horas vacías con la incertidumbre de la espera.
Y un remolino de emociones
que anida en el vértice más dolido del alma
acaricia ese llanto eterno
que merodea mis noches y ancla sus lágrimas
en el puerto infinito del adiós.
PUBLICADO EN POEMAS EN AÑIL Nº 91 DEL 09/10/2006