Rompo el tambor
de la sangre
y me refugio
en la ociosa
clandestinidad del nadie.
Soy el canto frugal
que la tarde
ocasional derrama
porque el día fenece
Irremediable
urgido por la noche
que lo atrae.
La estrepitosa voracidad
del hambre,
sólo al sentirla es comparable.
El ardor de la sed,
se calma,
con el vino vital de nuestra carne.
El roce vesical del beso
anduvo más allá de la mejilla
y en el vértice
accidental del labio
se enzarzó lo brutal
del embeleso.
Desgarré
el rojo tambor de la sangre.
Me refugié en la ociosa
clandestinidad del nadie.
A partir de allí,
vagué por “el temprano”,
por “el ahora”
y por “el tarde”.
PUBLICADO EN POEMAS EN AÑIL Nº 67 DEL 08/11/2005